Soy una luchadora, no una desertora, aseguró Truss durante el tradicional intercambio de cada miércoles con los miembros de la Cámara de los Comunes, y donde el líder del Partido Laborista, Keir Starmer, le preguntó si como se rumora, abandonaría el número de 10 de Downing Street antes de Navidad.
La gobernante conservadora, que reemplazó en el puesto al dimitente Boris Johnson el 6 de septiembre pasado, se encuentra en medio de una tormenta política luego del fracaso estrepitoso de las medidas fiscales con las que pretendía estimular el crecimiento del país y frenar la inflación.
La falta de detalles sobre la forma en que financiaría su histórica rebaja de impuestos, y el temor de que se dispare la deuda pública derrumbaron temporalmente la libra esterlina, y obligaron al Banco de Inglaterra a comprar apresuradamente los bonos del Estado para apuntalar a la divisa británica.
Para apaciguar a sus críticos, entre los que se cuentan un número cada vez mayor de diputados conservadores, Truss destituyó el viernes pasado al ministro de Hacienda, Kwasi Kwarteng, y su sustituto, Jeremy Hunt, enseguida revirtió la mayoría de las medidas fiscales anunciadas.
En otro intento por capear el temporal, la primera ministra, cuyos niveles de aceptación entre los británicos es de menos 70 por ciento según las encuestas, prometió este miércoles aumentar el salario de los jubilados acorde a la inflación, algo que Hunt se rehusó a confirmar la víspera.
Al valorar la actuación de este miércoles de Truss ante los diputados, el analista político de la televisora Sky News Jon Craig consideró que la gobernante consiguió ganar algo de tiempo con el espíritu combativo que exhibió ante sus correligionarios en el Parlamento, pero que todavía no está claro cuantas días o semanas más podrá seguir en el cargo.
Según el analista, lo único que tiene Truss a su favor hasta el momento es que los diputados conservadores no se ponen de acuerdo sobre quién debería ser su sucesor.
Según las reglas internas del Partido Conservador, cada nuevo líder un año de gracia para demostrar su valía, pero de aumentar el descontento dentro de la bancada, esas normas podrían ser cambiadas, o la primera ministra verse obligada a renunciar.