La idea de un campesino imbuido en el surco con sombrero de yarey desgastado por el sudor y el sol, y paladeando el típico acento de la zona rural, no es la única realidad de nuestros campos ni es exactamente la exclusiva representación sociocultural de un concepto demasiado en deuda con el resto de quienes tienen raíces en un bohío.
Ser campesino va mucho más allá de trabajar un pedazo de tierra o pertenecer a la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP); ser campesino es sencillamente una identidad cultural.
Me siento reflejada. Suspiré