Se descorren las cortinas imaginarias de la palabra, se escucha una voz diferente a las demás, con tonos, matices, articulación y dicción, devenida alma y corazón, con intenciones psicológicas, con pasión y con amor para cautivar sentimientos, para hacer reír pero también reflexionar.
Al fin, se dejan escuchar las voces en una perfecta cadena hablada: Es sin duda, la inigualable voz de un locutor, esa persona que día a día viaja en la nave sincera del buen decir, hasta cada rinconcito donde esperan familias enteras.
No es el locutor el que habla con voz de trueno y rompe cristales, sino aquel que lo hace con sentimiento, amor, orgullo pero, que sigue reglas elementales de naturalidad, de interpretación y con un tono coloquial repleto de frescura, de sentimiento.
Hacer de la fluidez un arma salida de la garganta con inspiración y seguridad infinitas, y hacerla viajar por el éter hasta cada hogar, convertirá al locutor en el novio aquel que llega, no toca la puerta pero ocupa un espacio en el alma y el corazón de cada ser.
El locutor enamora a sus audiencias, los educa, los entretiene y los convoca. Por eso la fuerza y la virtud de un locutor radica también en su capacidad de convencer con la palabra y con una intencionalidad marcada por la verdad y la pasión.
Cuán monótono sería un programa audiovisual sin la presencia de locutores afables, experimentados, con sentido de la virtud y con el dominio casi exacto de la voz y la naturalidad.
Este primero de diciembre, entregamos a los locutores, el más hermoso ramo de simpatía, de respaldo, de gratitud por lo que hacen y como lo logran, pero también entregamos un ramo de amor y de ternura que va desde los estrechos causes de las venas, hasta el corazón infinito de cada uno de ellos.