Cuba no miente ni exagera cuando habla de genocidio. No importan edad, sexo, raza, ocupación, nivel de instrucción y hasta de vida, filiación política o creencia religiosa. El bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por el gobierno de EE.UU. hace casi 60 años contra todos arremete, a todos castiga. Ningún cubano escapa.
Tanto machacar lo ha convertido en parte de nuestras vidas. Nacidos ya bajo ese cerco brutal, millones no hemos conocido otra manera de existir y, todavía más incalculables que los daños, son los prodigios que hemos hecho para resistir y burlarlo, para abrirnos paso y dejar al Imperio con las ganas de vernos claudicar.
¿Efectos? ¡Cómo enumerarlos si son tantos! Pero, están ahí, en todas partes, hasta en la psique del cubano, como una flagrante y sistemática violación de cualesquiera de nuestros derechos, incluso los más elementales de los seres humanos, como la alimentación, la salud, la vida.
También en lo que a la educación se refiere, golpes y secuelas son masivos, y no podría ser de otro modo, porque en un país como Cuba, con ese derecho plenamente conquistado y donde por demás la enseñanza resulta obligatoria hasta terminar el nivel medio, está claro que por la escuela pasamos todos y de la escuela jamás nos despedimos totalmente, bien porque una vez graduados seguimos superándonos, o porque tenemos siempre en las aulas a alguien cercano y querido.
Desde la cruzada alfabetizadora en 1961, experiencias y logros han convertido a este país pequeño, pobre y sitiado en un referente a nivel mundial sobre qué hacer y cómo trabajar en aras de una educación gratuita e inclusiva, al alcance de todos los ciudadanos.
Muy a pesar del bloqueo esa conquista está ahí y la compartimos con otros pueblos. Lo que sí se resiente es la calidad de la educación, porque sin escuela ni maestro no se ha quedado un niño en estos años, pero cuánto más hubiese podido invertir, adquirir y progresar el país, son preguntas que inevitablemente nos hacemos.
La mayor secuela son esas carencias cotidianas que limitan el proceso de enseñanza-aprendizaje en todos los niveles, en un país donde a los servicios de educación se destina el 23,7 por ciento del gasto social presupuestado para 2020. Así consta en el Informe de Cuba en virtud de la Resolución 74/7 de la Asamblea General de las Naciones Unidas “Necesidad de poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por los Estados Unidos de América contra Cuba”.
El texto es bien claro. Como en años anteriores, en este último periodo (de abril de 2019 a marzo de 2020) las principales afectaciones reportadas en el sector se relacionan, por ejemplo, con los pagos adicionales por concepto de fletes para la transportación de productos adquiridos en mercados lejanos, eso sin contar que la distancia geográfica obliga a almacenar las mercancías, a veces durante largos meses, con la lógica depreciación y los gastos que implica, además del deterioro, las pérdidas, los pagos adicionales y otros males derivados.
En 21 millones 226 mil dólares se estiman los daños a la Educación durante la etapa que abarca el Informe, presentado hace apenas unos días por el canciller Bruno Rodríguez Parrilla, y que no olvida mencionar los obstáculos para recibir los pagos por servicios profesionales que se brindan en el exterior y para acceder a financiamiento externo, y las limitaciones asociadas a la falta de combustible, consecuencia directa de las medidas aplicadas por el gobierno estadounidense.
Notorias fueron las dificultades para la transportación de trabajadores y estudiantes durante el curso escolar 2019-2020 por ese déficit de combustible. Para enfrentarlo hubo que reajustar planes y programas de estudios, los horarios docentes. Decenas de escuelas se vieron afectadas por este motivo y en más de un centenar de centros internos de enseñanza los alumnos debieron permanecer hasta 45 días sin ir a sus hogares.
En cuanto a la Educación Superior vale mencionar, sobre todo, las dificultades para acceder a la tecnología y equipamiento necesarios para la docencia e investigación científica, al igual que los ingresos dejados de percibir por servicios brindados, entre otros perjuicios al desarrollo de la actividad académica y científica de las universidades y centros de investigación de la Antilla Mayor.
¿Cuánto más podría avanzar la educación cubana sin el bloqueo? He aquí una pregunta tan buena como ¿cuánto más podría avanzar Cuba? Y no hay que ir a la universidad para saber que justo eso es lo que tratan sus enemigos de impedir a cualquier precio. Denunciar tan criminal política, enfrentar esta permanente, implacable y cada vez más feroz agresión contra todo un pueblo, no es capricho. Y no nos cansaremos de denunciar ni de luchar.