La infinita obra de Fidel resulta imposible describirla en pocos minutos porque fueron tantos sus aportes que nadie sería capaz de narrarla en tan solo dos cuartillas. Sus ideas desde su juventud hasta su viaje a la eternidad.
La trascendencia histórica de los hechos protagonizados por nuestro siempre eterno líder, lo hacen un ser insuperable, sin una sola mancha en su inmenso actuar que lo hicieron tocar las nueves y los sentimientos de millones en su tierra pero también en la de otras naciones.
A Fidel Castro los respetaron en el mundo entero, por su nobleza, gallardía y ejemplar conducta y porque jamás se negó a agachar la cabeza ante los poderosos, por permanecer fiel a sus principios y persistir en la creencia de que otro mundo, menos cruel, es posible y necesario.
Es cierto que sus enemigos lo odiaron, pero en esencia fueron más los que lo quisieron y amaron, que ello resulta insignificante ante tanta grandeza, tanto desprendimiento y tanta sensibilidad con todos, de manera especial, con los pobres y desposeídos del mundo.
En su fructífera y fecunda obra revolucionaria, Fidel nos legó una obra incapaz de igualar por nadie e imposible de superar, porque fue un hombre que lo pensó y lo previó todo, mucho antes de la ocurrencia de los hechos que conmovieron el mundo en diferentes etapas.
De Fidel aprendimos a perseguir los sueños que, por difíciles que parezcan, son alcanzables si confiamos en el pueblo, lo involucramos y nos armamos de compromiso, perseverancia y dedicación, cambiando permanentemente todo lo que deba ser cambiado, en aras de la justicia social que aspiramos, la independencia, la soberanía, el antiimperialismo y la integración.
Hoy se conmemoran seis años de su partida, y nos resistimos a pensar que ya no está en el orden físico, no creemos que aquel 25 de noviembre de 2016, al despertar, el llanto de millones de sus hijos, se dejaron escuchar por los más insospechados parajes cubanos.
Ese día, cuando supimos de aquella nefasta noticia, nuestros corazones aceleraron sus latidos, se nos comprimió el pecho, se nos llenaron de lágrimas las mejillas y se encendieron millones de luces en homenaje y reverencia al Comandante de siempre.
De Fidel también aprendimos a no rendirnos ante las adversidades, a no desfallecer ante los inconvenientes, y a darlo todo, hasta la sangre, en el afán de lograr las metas y vencer los enormes retos y peligros que impone la vida. Por eso hoy, lo recordamos, no con llano, sino, con el tributo que su figura merece y con el amor que enaltece su brillante obra.