Este es el mayor galardón de las artes escénicas en ese país, donde aconteció su estreno mundial; pues la mega-producción no pudo trasladarse a Cuba, en su totalidad, hasta 2017.
A los pocos días de la puesta, la Sección de Crítica e Investigación Teatral de la Asociación de Artistas Escénicos de la Uneac (Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba) le confirió el Premio Villanueva de la Crítica que cada año reconoce los mejores espectáculos nacionales y extranjeros presentados en la isla.
La obra, con coreografía del joven cubano George Céspedes y bajo la dirección general de Miguel Iglesias, durante años se ha presentado exitosamente en el Auditorio Nacional de México, con capacidad para 10 mil espectadores.
El video exhibido en YouTube se corresponde con el estreno en Cuba, realizado en diciembre de 2017, en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso.
Para el espectáculo se convocó a la Orquesta Sinfónica Nacional y los coros Nacional e Infantil, bajo la dirección de Enrique Pérez Mesa y Digna Guerra, respectivamente.
También, se sumaron a la pieza la soprano Milagros de los Ángeles, el barítono Ulises Aquino y el tenor Harold López Roche.
Dicha versión coreográfica involucra un telón de fondo de pantallas LED y una más pequeña circular en el centro, que proyecta un video de contenidos diversos, desde el origen del universo y parte del acontecer actual en una calle cualquiera hasta la posible destrucción de todo lo que conocemos.
La comunión entre los planos físico y espiritual parece ineludible en una pieza que apunta a desgarrar el alma de cualquiera, y los bailarines lo asumen con fuerza y convencimiento.
Carmina Burana es una oda a la vida del hombre en este mundo, aseguró en aquel entonces Céspedes a Prensa Latina.
El espectáculo contiene solos, dúos, tríos, cuartetos, quintetos, sextetos, septetos, un cuerpo de baile arrollador, un vestuario sobrio con motivos medievales y un diseño de luces en función de catapultar la intensidad.
Al compás de la desgarradora música de Carl Orff, basada en 24 poemas escritos por goliardos entre los siglos XI y XIII, los bailarines disimulan el dramatismo interior para integrarse a la coralidad como un deber, un inevitable para todo habitante de un templo.
Una vez más, la compañía derrocha virtuosismo y las ejecuciones técnicas de las mujeres incluyen idénticas secuencias a las de los hombres, incluso cargadas de muy diversos tipos, ejecutadas de manera natural por ellas, con la férrea voluntad de eclipsar cualquier distinción por género.
Otra decisión merecedora de realce en esta coreografía es el diseño en el espacio, porque influye en la dinámica, sufraga el énfasis emocional, la puesta no lograría el mismo efecto sin ese trazado.
La Carmina Burana de DCC es una obra colosal que remoza el prestigio de una compañía de 60 años de fundada, capaz de equilibrar juventud y madurez, y distinguida por un sello propio, mezcla de técnica afilada y carácter, con una mirada felina intimidante, que según el director Iglesias, para él, deviene esencial en un bailarín.