Cada día desde los más insospechados rincones de nuestra amada Isla, podemos escuchar mezclas de sonidos, también los buenos días, las buenas tardes o las buenas noches, salidos desde la educada voz de hispanohablantes de una exquisita dicción y de un lenguaje colosal propio de excelentes profesionales. Nuestros locutores.
La radio, mundo mágico que envuelve, es la pasión de los que la aman, el aire de todos y la casa de muchos que se abrazaron a un destino para dar luz y amor a las emisiones de cada jornada con metas definidas y propósitos marcados por una idea, por una responsabilidad.
Entre cañaverales, ríos, montañas, trillos, carreteras y montes, viaja una señal como un rayo de luz, que tiene un nombre: la radio, medio capaz de convencer y enamorar a quienes desde las vorágines del hogar la escuchan, la sienten, la disfrutan.
La centenaria radio cubana acompaña a sus audiencias todos los días, los venera, los reconoce, los llama al combate y los invita a beber de la sapiencia de sus realizadores en cada programa estructurado y diseñado con matices dramáticos para que penetre en sus corazones, para que sus siluetas y magias queden cifradas en el alma de quienes la escuchan desde el éter.
Un siglo de existencia pudiera parecer una corta etapa, y decirlo resulta rápido y fácil, vivirla, disfrutarla, palparla, hacerse dueño, es mucho más reconfortante, mágico y enaltecedor.
La radio llega con su tremendo poder a persuadir, convencer, llega para enamorar y hacerse novia de sus públicos, y llega para parir sentimientos, emociones y para calar y dejar sus huellas en quienes dedican cada día un minuto a escuchar y dejarse amar.