Resulta imposible abordar la historia de Cuba sin hacer referencia a las figuras de Antonio Maceo Grajales y Ernesto “Che” Guevara de la Serna. Dos hombres que, aunque separados por un siglo en el tiempo, compartieron un mismo ideal: la lucha inquebrantable por la libertad. Hoy, cuando se conmemoran el 180 aniversario del natalicio de Maceo (14 de junio de 1845) y el 97 del Che (14 de junio de 1928), sus legados se entrelazan como símbolos de resistencia y soberanía.
Antonio Maceo, hijo de Santiago de Cuba, emergió como una figura clave en las guerras de independencia contra España. Su valentía en combate, reflejada en más de 600 acciones militares, le valió el apodo de “Titán de Bronce”. Pero más allá de su destreza militar, Maceo encarnó la intransigencia revolucionaria: su Protesta de Baraguá (1878) fue un rechazo categórico a cualquier pacto que no garantizara la abolición de la esclavitud y la independencia absoluta.
Casi cien años después, otro nombre se sumaría al panteón de los libertadores: Ernesto Che Guevara. El argentino-cubano, médico de profesión y revolucionario por convicción, se unió a Fidel Castro en la lucha contra Batista. Su audacia en la Sierra Maestra y su visión internacionalista lo convirtieron en un ícono global de la resistencia antiimperialista.
Aunque Maceo combatió al colonialismo español y el Che al imperialismo norteamericano, ambos compartieron un desprecio por la opresión. Maceo, mulato en una sociedad racista, desafió las jerarquías coloniales; el Che, desde su marxismo, denunció las estructuras de explotación capitalista. Los dos creyeron en una América unida: Maceo soñó con una patria libre, el Che con un continente revolucionario.
Ninguno de los dos escatimó sacrificios. Maceo perdió a su padre y hermanos en la guerra; el Che dejó atrás a su familia para luchar en el Congo y Bolivia. Sus muertes —Maceo en Punta Brava (1896), el Che en La Higuera (1967)— fueron testimonios de coherencia: caídos lejos de casa, pero con la mirada puesta en la emancipación.
Maceo fue un estratega excepcional, maestro de la guerra de guerrillas antes de que el término existiera. El Che, teórico de la “guerra de focos”, estudió y aplicó esas tácticas en Cuba y otros frentes. Ambos entendieron que la lucha armada era solo un medio para un fin mayor: la justicia social.
Ni Maceo ni el Che están exentos de debates. Algunos critican el rigor del Che; otros cuestionan si Maceo habría apoyado la República neocolonial. Pero incluso sus detractores reconocen su integridad: no hubo dobleces en su carácter ni concesiones a los enemigos de la independencia.
Hoy, sus rostros aparecen en murales, monedas y consignas. Maceo, con su machete en alto; el Che, con su boina y mirada penetrante. Son más que héroes: son arquetipos de dignidad para Cuba y América Latina.
En un mundo aún marcado por desigualdades, sus ejemplos resuenan. Los movimientos sociales citan al Che; los anticoloniales invocan a Maceo. Sus vidas enseñan que la libertad no se negocia, sino que se conquista.
A 180 y 97 años de sus nacimientos, Maceo y el Che siguen cabalgando en la memoria colectiva. No son reliquias del pasado, sino faros para futuras batallas.