Sacudir lo ilegal, a ese mercado sumergido que tiene demasiadas aristas clasificables entre lo perjudicial y la propia subsistencia del jobabense, y por qué no, del cubano común y corriente, debe que ser más que una campaña temporal e inducida desde arriba, una actividad coherente, sin extremismos y basada en la objetividad institucional.
Si se ve como otra carrera aprisa por sacudir indisciplinas e ilegalidades, sin ir a la entramada madeja de ramificaciones que satisfacen a ese mercado informal, la corrupción, tal vez habrá resultados, pero no será ni por remota posibilidad una sostenible forma de acabar con un mal mayor que sirve de alguna manera como coordinador de esos males menores.
Si el objetivo es irle encima a la corrupción, es decir, a las cabezas del asunto que desencadenan esos otros males que afectan a la población, de los males que tanto se ha hablado: las reventas de productos de primera necesidad aplicando precios idos a la luna, las ilegalidades y desvíos… muy bien, a mi juicio habrá un apoyo mayoritario para combatir todo esto que nos ¨chiva¨ y hace insostenible el sobrevivir diario; pero, si esas cadenas de corrupción se obvian (y hablo de todas las cadenas posibles), dentro de un tiempo, un muy corto tiempo, la propia cadena corruptiva será el principal obstáculo para irle encima a eso que ilegalmente choca con la cotidianidad del cubano.
Porque las principales denuncias públicas van precisamente enfocadas a desenredar todos esos males que vistos con mayor análisis tiene un desenlace en la corrupción, no solo a desvíos y suministradores de la economía sumergida, sino de todos esos males que traen aparejados: favores, prebendas, permisibilidad, prioridades, favoritismos, inequidades y otras tantas cosas más, vaya a lo que el cubano de a pie a veces le dice ¨sociolismo¨, pero que de socio sí tiene mucho cuando vamos a la etimología de la palabra.
Hay ejemplos que son visibles, hay otros que tienen que ver con ese funcionamiento institucional que está provocando que lo estatal vaya en línea recta hacia la privatización, del descontrol y la pérdida de interés de lo colectivo, cayendo en una liberalización de los servicios públicos, y a la vez haciendo que sea más fácil ir a ese ¨sálvese quien pueda¨ que criticamos pero que cuenta con determinada aceptación entre los pobladores.
El problema está en que la corrupción no se aprecia a simple vista y es más difícil de reducir, sobre todo, si continúa siendo una ¨mala palabra¨ en los principales círculos de debate donde interactúan los servidores públicos, los decisores de cómo y en qué aristas actuar con rigor.