Las Tunas.- Vivir en Las Tunas es como vivir dos veces en Cuba. Amanecer en Las Tunas es amanecer dos veces. En Cuba o en cualquier parte. Si estoy aquí es porque he amanecido como un buscador de oro poético. No mucho que buscar: no mucho que encontrar. Esa sería la primera y más revuelta connotación de una búsqueda que jamás termina.
Soy víctima y cómplice de ese arte traidor y espinoso del antólogo. Sobrevivo con presupuestos reprimidos por una individualidad estereotipada con los signos de “lo nuevo”. Resulta extraña esta convergencia. Me importa la novedad mientras no deprede la fisiología de sus signos de abordaje. La novedad, o la supuesta novedad, que no creo deba ser signo exclusivo de lo nuevo, pero en ese terreno las teorías son resbaladizas. Me preocupa y me preocupó el signo que se le impone a la poesía nacional, como una categoría rimbombante: poesía joven, poesía de esto o de lo otro. Joven respecto a qué, a qué perspectiva, a qué usanza o moda. Porque me importa transfigurar a la Cuba nuestra (no ya a una provincia casi inmóvil y secreta), a la Cuba literaria, como esa isla flotante de la novela de Saramago, una isla bamboleándose hacia cualquier parte, y alimentándose de lo primero que caiga. Así lo entiendo.
En materia de lecturas sucede de ese modo cruel y atemporal, leemos lo que llegue, no importa si es un poeta de hace 60 años o un narrador esquimal de ahora mismo. ¿Eso nos hace peores o mejores, o tal vez diferentes? Eso nos hace lo que somos, mejores, peores, diferentes, todo en una misma balanza. No soy quién para juzgar las tropelías críticas de los supuestos canonizadores literarios, escribo más lejos cada día, con una independencia subordinada a mi ensañamiento o a mi locura. La selva poética cubana despoja, rotula, disfraza a unos con otros. Ya nada nos asombra. Ya, acostumbrados a las trampas del laboratorio, nada nos molesta. Hay algunos que disfrazan muy bien el gato de la liebre, incluso, en el sabor. Esos son los dañinos, los que debemos evitar. Debemos evitar, pero cómo. Ahí se presenta la primera de las torrenciales encrucijadas de un escritor. Al principio, comer liebres y gatos. Nadie es tan buen cazador para no confundir unos y otros. O por no querer comer de los dos como si el manjar fuera privilegio solo de los lepóridos.
Vuelvo a un club en el que sobresalen autores con un reconocimiento nacional, Alberto Garrido, María Liliana Celorrio, Renael González, Ray Faxas, Frank Castell, Iam Rodríguez, José Alberto Velázquez, Osmany Oduardo, Nuvia Estévez, Jorge Luis Peña, Lourdes Jacobo, Odalys Leyva, Xiomara Maura Rodríguez, Antonio Borrego (fallecido recientemente), Adalberto Hechavarría, Ana Rosa Díaz, Lucy Maestre, Carlos Téllez, Daniel Laguna, Argel Fernández, Antonio Gutiérrez y Miguel Mariano Piñero. A los que se suman una hornada de muy talentosos creadores: Liliana Rodríguez Peña, Yainelis Boullón Araújo, Andrés Borrero, David Montero Figueredo, Yelaine Martínez Herrera, Junior Fernández Guerra, Alexander Jiménez y Raúl Leyva, entre otros.
Tal vez la historia comienza cuando aún no hay historia como es lógico que ocurran todas las historias.
Consumamos la sedición, aprendemos a corroerla en nosotros mismos. El presente y el futuro oscilan en la complejidad de una supremacía afirmada como rito.
Escribo para lectores invisibles estas expiaciones. Necesitan, tal vez, unos cálculos (desperezados, torrentosos) sobre la escritura de este mapa de culminación literaria. No pretenderán saber si en algún caso les habré dado liebre y no gato. El amor literario a primera vista (a primera lectura) existe, para mí existe. Me pasó hace unos años con Robert Musil, y antes con Kafka, después con Bolaño, De Lillo, y muchos más, y con Pynchon (alguien que mezcla distintos tipos de influencias y estilos y del que me fío y no me fío, según). Igualmente con muchos poetas. Pero es cierto que a veces destierro a autores y otros comienzan a pertenecerme. Es, supongo, cuestión de madurez apreciativa. O riesgo. O simplemente promiscuidad. Me pasa con las mujeres. Y es mucho más agradable que con la literatura. Los libros. Las lecturas.
Soy un perseguidor de lo que puede ser bueno. Cómo sé que es bueno. Eso es quizás un misterio, o depende de mi instinto, de mi intuición, o que he sabido confiar en algunos que se adelantaron y abrieron esas puertas primero que yo. Y claro, alguno que otro deja su marca en la obra que uno escribe, a veces intentas evitarlo pero no puedes, el azar escogió tu rumbo por ti mismo. Pero ahora, para mi amigo, trazo esta ruta que no es la de una dualidad oro-excremento (que obsesionaba a Octavio Paz), sino la de bifurcaciones. Todos no van al mismo sitio pero todos tienen (breve o no tan breve) un sitio.
Un sitio en que tan bien se está.
Las voces están llenas de murmullos, y de ecos. Cada poeta asimila sus propios fantasmas, y sus diferencias. Múltiples representaciones, una suerte de borradura, un deslazamiento hacia una estructura cultural que transcurre porque se despeña: la cultura es la reacción, y es el antagonismo de un dominio que se vuelve ceremonia.
Es tiempo de oscilaciones y de no desdeñables deshechos.
Pudiera “construir” una lista accesoria. Otra lista. Poetas que podrían estar junto a los ya elegidos. Ningún nombre termina en el mismo nombre. Me entusiasmaría que el lector, todo lector, conociese los versos de otros poetas tuneros: Gilberto E. Rodríguez, Lesbia de la Fe, Antonio Arias, Norge Sánchez, Carlos Tamayo, Javier Castro, Lucy Araujo, Nelton Pérez, Yurlenis Molina, Aleido Rodríguez, Sebastián Ode, Domingo Mesa, Ana Pérez Batista…
No he pretendido más que explicar unas horas de sueño, de lecturas. Me ha faltado perspicacia para comprender que nada se puede explicar por uno mismo. Solamente por uno mismo. Pero esta sería una respuesta acorralada por un inefable diálogo con mis silencios. Es más, y mejor, supongo, lo que no pude, o supe decir. Mis coartadas arden o se repiten entre las borrosas líneas de una tormenta después del bosque.
Yo no soy el bosque, yo no soy la tormenta. ¿Quién es el bosque, quién la tormenta?
Pensemos en Cuba. Pensemos en que Cuba se va a volver menos Cuba. Es culpa de las culpas o de unas renuncias, culposas también.
Amanezco en Las Tunas. Las Tunas es el lugar donde esta vez (y por muchas veces) queda Cuba.
Cuba es el lugar donde queda Cuba. (Por: Carlos Esquivel/Escritor)