No hay mucha agua en el manto freático, esa es la realidad. Ni llueve lo suficiente en la etapa de primavera ni lo cae satura la tierra como para recuperar tantos años de constante explotación de los pozos y otras fuentes alternativas de abasto, y a ello se suma un problema poco abordado en estos casos: la falta de una cultura en el manejo de las cuencas hidrográficas, los suelos, los sistemas de riego… y otras tantas alternativas que permitan dar un respiro al deteriorado acuífero del subsuelo.
Sencillamente, avanza la desertificación y no nos percatamos, avanza mucho más rápido que lo que podemos percibir y lo que los estudios a veces nos dejan entre leer, y no hacemos lo suficiente para parar ese despilfarro completamente ligado a la supervivencia de la especie humana y lo que nos rodea.
Hoy, en plena primavera, pareciéndonos que unos cuantos aguaceros que han reverdecido los pastos y las plantas más grandes, es suficiente para recuperarnos de más de un semestre completamente seco, superior a lo vivido a 2015 y 2016, los años más fuertes en este sentido, hay más de 17 mil personas en 91 comunidades de Jobabo con severos problemas para acceder al agua.
Tal vez pensemos de primer momento, ¿Y qué sucede con los pozos? Pues pozos hay, y demasiados, pero su baja fertilidad trasciende más de la cuenta, y aunque no se descartan algunos errores de rastreo, o mejor dicho, de cálculo real de las condiciones de cada unos de los asentamientos afectados, basta con mirar al fondo y apreciar como lo que brota no llena muchas veces ni un cubo.
Pero, independientemente de toda esa realidad, hay una falta de cultura casi total de percibir y actuar para buscar soluciones, alternativas más bien ente la sequía, tanto la meteorológica como la hidrológica, para evitar que la tercera, y más complicada, la socioeconómica continúe siendo la tablilla de justificaciones de todo lo que falta en Jobabo.
Seguro dirán ¿Qué tiene que ver la cultura en esto? Mucho, mucho más que lo que imaginamos. Sencillamente porque no tenemos cultura del ahorro ni tenemos ese hábito de hacer reservorios para reciclar la lluvia para el uso doméstico, no aprovechamos al máximo estos meses de mayores precipitaciones ni exponemos en la práctica los excelentes inventos que hay, probados en otras partes del mundo, para que esa agua que se evapora, en vez de perderse, llegue al subsuelo.
No es nada errado esa tendencia que suele escucharse que por falta de bosques llueve menos, y no es que precisamente sean los árboles quienes halan la lluvia, sino que hacen un control del clima muy ajustado, entonces ¿Por qué no llenamos cada espacio vacío de plantas de amplio follaje y de paso resolvemos el dilema de los suelos degradados?
Hay demasiadas opciones que van desde un simple mecanismo autorregulador familiar hasta iniciativas colectivas, solo tenemos que aprovecharla porque esa sequía fuerte, intensa, poco a poco trae una desertificación progresiva e indetenible sin el actuar popular y de los organismos estatales.