La historia de Olisbei Milanés Pérez comienza a escribirse con esperanza. Hace apenas cinco meses, este productor se sumó a los esfuerzos del Polo Productivo Melanio Ortiz para devolver a la zona su antiguo esplendor agropecuario.
La tierra, una extensión de 1.9 caballerías, la adquirió mediante la figura del usufructo. Desde el principio, reconoce, no ha estado solo en este empeño. “Gracias a la empresa que me ha ido ayudando”, afirma con un dejo de agradecimiento que contrasta con las dificultades que enfrenta a diario.
Sin embargo, el camino para producir está lleno de obstáculos. El más inmediato y apremiante es la crítica situación del combustible. “Está mal la situación del combustible, el poquito que ha entrado lo hemos ido aprovechando”, explica Olisbei, detallando cómo este recurso vital se administra gota a gota.
A pesar de los desafíos, su trabajo ya ha rendido frutos. En su parcela se extienden cinco hectáreas y media de yuca, y maíz y tres más de maíz seco. Además, cuenta con una hectárea y media de maíz verde y otra de melón, un mosaico de cultivos que brota con tenacidad.
Pero la sombra del combustible lo planea todo. “Ahora lo que nos falta es el tema del combustible para seguir sembrando”, insiste. Sus planes inmediatos chocan contra esa misma pared: querer sembrar tres hectáreas más de calabaza y tener la semilla, pero carecer del diésel necesario.
Sus proyecciones, a pesar de todo, son claras y tienen un objetivo noble: “Sembrar para el pueblo que es lo que hace falta, comida”. Con determinación, enumera sus metas: tres hectáreas más de plátano burro y, si la cosecha y el combustible se lo permiten, dos de habichuelas.
Un recurso que, afortunadamente, no le falta es el agua. “Tengo tres pozos y que gracias a Dios hasta la población se sirve de ello”, comenta. Este bien esencial se convierte en un oasis compartido, aunque reconoce que “esa es otra cosa que golpea aquí”, al ser un punto de demanda constante.
Para cultivos como la habichuela, el agua está garantizada. El cuello de botella, repite, es otro: “Lo más que nos ha golpeado es el combustible”. Su gestión depende por completo de lo que “aparece poquito a poco, con lo que entra”.
El combustible no es el único freno. Aunque trabaja con un tractor estatal que le facilita mucho el trabajo, la carencia de insumos básicos para la maquinaria es otro dolor de cabeza. “A veces la vamos a usar y no podemos porque el tema es aceite o grasa, los implementos”.
“Tengo los implementos, maquinaria, pero a veces no tiene grasa, no hay grasa”, describe con frustración. Esta escasez paraliza la producción. “Y sales a buscar y no aparece. Esa es una cosa de lo que a veces la maquinaria tenemos que parar”.
En este escenario, el apoyo de la empresa estatal asociada al polo productivo se torna fundamental. “Aquí asociado a la empresa nos vamos un poquito mejor”, compara. La institución, según su experiencia, prioriza a los productores cuando logra adquirir recursos, por escasos que sean.
“Los recursos están malos, están escasos, pero la empresa si entra un poquito de petróleo, ella viene, toma el productor, toma, entró esto, toma 100 litros, toma, y nos ayuda hasta donde se puede”. Este apoyo dirigido marca una diferencia crucial en su gestión diaria.
La historia de Olisbei Milanés Pérez es más de la batalla que se libra en los campos de Jobabo. Es la historia de un usufructuario que, con el apoyo familiar como pilar fundamental y a pesar de las enormes carencias, persevera con un solo objetivo: sembrar comida para su pueblo.