Desde el amanecer, las calles de Jobabo y sus barrios rurales laten al ritmo de un ir y venir incansable. Entre el polvo levantado por los carretones y el eco de conversaciones fragmentadas —sobre los apagones, el precio del arroz o la última gripe que recorre el pueblo—, se teje la urdimbre de un día normal. Cada paso, cada gesto, es un testimonio de resistencia: en Jobabo, la vida no se detiene, se reinventa.