¿Qué hay que cambiar?

Los entrelazados dilemas de estos días han dejado una puerta abierta a la reflexión y al cambio, más que todo a la necesidad de quitar estereotipos y poner los pies en la tierra, caminar los barrios y escuchar a la gente, desburocratizar, eliminar los miedos a las diferencias y no ver fantasmas en las diversidades, porque sencillamente ya los fantasmas se desvanecieron.
No podemos seguir mirando por encima del hombro con una mueca simulada mientras la gente que viene a plantear el histórico lío de su vivienda te hecha una descarga melodramática pero cierta. Hay que tener claro, con conciencia y preparación que la mayor parte de las soluciones a los constantes problemas de este pueblo tienen su solución ahí en en el barrio, en ese pequeño espacio donde se sigue teniendo la tradicional manera de hablar claro y con ánimo de hacer.
El principal problema no es el sistema (aunque estructuralmente tengamos que transformar demasiadas cosas) y la gente lo sabe, sino más bien está en el tabú auto condicionado de no mencionar quienes aquí abajo o arriba no han hecho nada por el sistema o por el bienestar colectivo. Ello promueve un rol diferente: lo objetivo, subjetivando demasiado en paralelismos y espirales invertidas.
Está claro que a veces, una cuestión sociocultural enraizada en un pequeño pueblo como este, donde todos nos conocemos y de alguna manera compartimos, los empujones no tienen responsables, porque, sencillamente se disfraza de extremo proteccionismo y se salpica de una falsa ética confusa, cuya carga recae en generalidades: el gobierno, el comunismo, el socialismo, el partido…
¿Y quiénes mueven los hilos de ese poder institucional y administrativo en el pequeño espacio de un municipio? dirigentes, funcionarios, obreros, amas de casas, estudiantes, maestros… todos con nombres y apellidos, algunos con un pase de turno.
¿Por qué proteger al administrador que vende los alimentos por la izquierda o al vendedor indolente que maltrata al consumidor, y cargarle la culpa a la gastronomía? ¿Acaso la gastronomía es un ser vivo con capacidad de moverse, actuar, decidir y hacer?
¿Por qué seguir esquivando las responsabilidades de los que se estancan en una oficina y le dice a la secretaria que atienda las llamadas de cualquier quejoso? ¿Es el gobierno? No, es un indolente. Como también existen, innegablemente, quienes se pasan el día jugando dominó, no crían una gallina, y esperan sentados a que el estado les resuelva el problema.
El sistema no tiene fallos más allá de los estructurales, corregibles en todos los casos, adaptables a las circunstancias y situaciones específicas, los fallos están en la gente, los que se equivocan queriendo y los que se equivocan no queriendo, los que nos equivocamos de todas las maneras posibles. Los que nos sabemos diferenciar cuando es un asunto de competencia nacional o local, o incluso, sabiéndolo, dejamos que la verticalidad nos domine, los que preferimos culpar al escalón de arriba por lo que no hemos logrado organizar bien y seguimos dando zancajadas en falso, sin dejar de reconocer, que podemos enfrentar esas trabas direccionales.
El escenario es complejo, pero, las mayores complejidades están abajo, y eso se resuelve con comunicación, con educación, con trabajo, con asumir las responsabilidades y saber reconocer cuando las equivocaciones son propias o ajenas, decirlo y tirarle el brazo al descontento, y caminar un largo rato con él para sentirse uno mismo más comprometido a resolver el problema, y eso, esa buena experiencia tiene que llegar a lo local, abajo, para no seguir cargando a los de arriba con el sobrepeso de un equipaje que no les toca. Creo que la mejor muestra de ello la dio Díaz-Canel al reconocer que hay que disculparse con los que no vandalizaron ni rompieron vidrieras.
Hay muchas más cosas que hay que cambiar, todo no cabrá en estas líneas para mencionarlas, pero, hay que abrir el cerebro a las divergencias, captar ideas, tomate cuenta a los que nos critican y hacer más por pequeño lugarcito donde vivimos, porque el bloqueo, esa mortal máquina de guerra salpicada de odio imperialista no parece lo vayan a quitar, porque a ciencia cierta, es un negocio para ellos, y muy lucrativo, por cierto.
Yaidel M. Rodríguez Castro
Yaidel M. Rodríguez Castro
Máster en Ciencias de la Comunicación. Licenciado en Educación. Periodista en Radio Cabaniguán desde 2010 y editor de la página web Radio Cabaniguán. Atiende los temas relacionados con la Agricultura, Producción de Alimentos, Economía y Desarrollo Local.

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