Al amanecer, las calles de Jobabo despiertan entre el aroma del café recién colado y el crujir de las puertas de madera que dan paso a un ir y venir de historias. Mientras los niños, con uniformes impecables, corren hacia la escuela entre risas que resuenan en las fachadas, los ancianos comparten leyendas bajo la sombra de los portales, testigos silenciosos de generaciones que han visto pasar el tiempo sin perder la sonrisa.