Jobabo.- Mejías estaba menos revuelto de lo habitual. No parecía un pueblo desierto como muchos quisiéramos en estos tiempos que no son de andar en la calle, pero sí habían menos personas circulando y quienes por necesidad salían, regresaban de inmediato a sus casas.
«Esto no es hoy, es todos los días desde que se le dijo a la gente que se quedaran el mayor tiempo posible en sus viviendas» asegura Enrique Suárez, Presidente del Consejo Popular en esa zona, y el principal organizador de los puestos de dirección que se encargan de coordinar todo el quehacer preventivo.
Y es que en ese barrio rural, centro de casi una decena de pequeños asentamientos diseminados en el noreste de Jobabo, fluye con agilidad todo lo que se ha pedido gestionar para que haya efectividad en la prevención y enfrentamiento a la COVID-19.
«Nos mantenemos vendiendo en la tienda de víveres con todas las barreras de contención, la cafetería tiene buenas ofertas que se le hacen llegar a los ancianos y personas que no pueden salir de sus viviendas, y la cooperativa garantiza que haya abastecimiento al punto del agro» argumenta el dirigente de base.
En un breve recorrido por la zona se apreciaba esa disciplina que necesitamos en la ciudad, y no es que todo allí sea perfecto, sino que la población ha asimilado con mayor responsabilidad el riesgo de contagiarse con el nuevo coronavirus.
En uno de los callejones, doblando la esquina, apareció la estudiante de medicina Dianelis Barroso Segura. Su dominio acerca de las pesquisas no deja dudas de que tiene tremenda preparación…

«No dejamos a nadie sin visitar, somos bien acogidos en por las familias, colaboran con la información y si hay alguna casa vacía volvemos, pero llegamos al 100 % de las viviendas. Hacemos el seguimiento persona a persona, y si aparece algún dato que sea sospechoso inmediatamente informamos a la doctora» explica la muchacha.
Un punto clave es que cada barrio tiene su médico, y hay una doctora que permanece todo el tiempo en el puesto de dirección del Consejo Popular, lo que permite que se gestione mejor cada detalle con criterio especializado.
Pero no todo queda en pesquisas, garantía alimentaria, orden y coordinación. A pocos metros del viejo parque está la vivienda de Florinda Acosta Baldoquín, quien pasa la mayor parte del día sentada en su máquina de coser haciendo nasobucos, la mayoría de ellos son de recortes de tela donados por los propios vecinos.
«Yo hago todos los que pueda, cada pedacito de tela lo aprovecho, a veces la gente me trae para que les haga, pero si no tienen buscamos la tela de donde sea» dice la anciana mientras trataba de ensartar el hilo en la fina aguja.
Ahí en Mejía hay muchas experiencias que podemos traer a Jobabo o llevar a otros barrios rurales, pues, la atención a los ancianos, la voluntariedad de su gente y la organización que se logrado en la asistencia social no dejan brecha fácil a la COVID-19.