En las cocinas de Jobabo, el humo se ha convertido en un compañero inseparable. Los prolongados apagones, que se extienden por horas e incluso días, han obligado a las familias a abandonar las cocinas eléctricas y de gas para volver a métodos ancestrales: el carbón y, sobre todo, la leña.
El carbón vegetal, cuyo precio supera los 800 pesos el saco, se ha convertido en un lujo inalcanzable para una población donde el salario promedio no cubre ni las necesidades básicas. Ante esta realidad, los patios y solares se llenan de fogatas improvisadas. La leña, recolectada a veces de forma precaria en zonas cercanas, es hoy el recurso que mantiene viva la tradición de compartir un plato caliente, aunque el costo sea respirar cenizas y dedicar horas a una tarea que antes era sencilla.
Sin embargo, esta adaptación forzada trae consigo una cadena de desafíos. La resiliencia de la comunidad brilla, pero también expone una crisis que trasciende lo energético: es un reflejo de la precariedad que obliga a elegir entre comer caliente o comer sano, entre sobrevivir hoy o preservar el mañana.