Para narrar la vida y la obra de Fidel no son suficientes dos o tres cuartillas, se necesitaría un libro de miles de páginas y nos quedarían deseos de seguir hablando de ese hombre excepcional que parió la historia de Cuba.
No se trata de culto a su personalidad, sino un reconocimiento a su brillante hoja de servicio y a su ejemplar trayectoria revolucionaria incansable y que puso a favor de los humildes, no solo de Cuba, sino también de otras naciones que vieron en su impronta el camino que los llevaría a la verdadera libertad.
Fidel, un hijo de extraordinarios dotes militares y de un enorme caudal de inteligencia, de audacia y de valores como nadie, capaz de viajar al futuro, regresar y contar sus experiencias lo cual demostró muchas veces, dentro y fuera de su isla amada y por la cual se entregó desde la lucha, hasta sus ideas revolucionarias y patrióticas.
Quizás no haya en el mundo un hombre que fuera capaz de anticiparlo todo, incluso hasta la propia muerte porque meses antes de su partida había asegurado que estaría junto a su pueblo, solo hasta sus noventa años, lo dijo, y así fue. Claro, que su viaje a la eternidad, no fue un viaje cualquiera, fue un viaje a la inmortalidad.
Los grandes hombres, como Fidel, se despiden de su pueblo, pero su legado nos acompaña cada día, en las más difíciles adversidades para ayudarnos a construir la obra por la que tanto luchó desde que era prácticamente un niño.
Al llegar hoy a su cumpleaños, que mejor homenaje que seguir su ejemplo, intentar subir la cúspide como el, aunque sabemos que sería imposible escalar los peldaños que el ascendió o acercarse a su ejemplo, a sus enseñanzas y a su enorme altura de hombre de bien y de un amplio sentido de humanismo y de solidaridad sin limites.