Al sur de Jobabo, donde se funden el murmullo de las olas y el crujir de los mangles, quedó inmortalizada la huella de Manuel Alonso Tabet, un científico cuyo legado trasciende fronteras y llevó a Monte Cabaniguán al olimpo de las Ciencias Naturales.
En ese rincón de naturaleza prístina, donde dedicó décadas de su vida al estudio del cocodrilo Acutus, otros reptiles, aves y los ecosistemas, develaron una tarja en su honor en una ceremonia discreta, prácticamente reflejando esa ausencia de “ruido” que disfrutaba el eminente ornitólogo.
Manolito, como todos lo llamaban con cariño, consagró casi medio siglo a la ornitología y las ciencias naturales. Sus manos curtidas por el sol y su mirada atenta conocían cada sendero, cada nido y cada especie que habitaba Monte Cabaniguán.
No solo fue un investigador excepcional, sino también un maestro generoso, capaz de contagiar su asombro por la biodiversidad a quienes lo acompañaban en sus expediciones. Su nombre quedará ligado para siempre a este santuario ecológico, del cual fue tanto guardián como estudioso.
Hoy, la tarja colocada en su honor no es solo un homenaje, sino un recordatorio de que la verdadera ciencia se hace con paciencia, amor y respeto por la tierra, ese pedazo del sur de Jobabo, testigo silencioso de su entrega que guarda ahora su memoria entre las raíces de los mangles.